Mi debilidad y obsesión por
Rafa Nadal es conocida, evidente, y a este paso creo que incluso como diría
Shakira inevitable. El último premio “
Príncipe de Asturias” de los deportes, me parece una persona, un deportista y un hombre genial y único. Lo que hace supera con creces la normalidad, pero todo lo hace desde la más absoluta normalidad. Indudablemente Rafa no es de este mundo, es muy probable que descienda del Olimpo griego, que pertenezca a una de esas razas de
semidioses o héroes que rozan la perfección. Si embargo su actitud, su comportamiento son de una normalidad tan normal que sólo puede provenir de un auténtico genio. Gana
Roland Garros,
Wimblendon, la medalla de oro de los juegos olímpico, el Príncipe de Asturias... y ahí lo tienes más sencillo que feliz, respetando siempre la rival, alabando su trabajo. Raramente puede perder un partido, y ahí de nuevo lo tienes, reconociendo la superioridad de su rival y reconociendo sus propios errores que una naturalidad difícil de encontrar en este país de mediocres.
Nadal es superior, superior en todo y esto lo hace especial. Teniéndolo para ser una especie de
estrellita es un tipo normal que en su campo lo ha conseguido todo.
Pero aparte de sus actitudes, de su personalidad que me atrae profundamente, lo que primero llamó mi atención fue su imponente físico. Cuerpo a la altura de su mente, físico parejo a su carácter. Físico y mente de campeón, cuerpo y personalidad campeonas. Estábamos acostumbrados a contemplar sus brazos a disfrutar de su torso con el que nos deleita habitualmente y ahora según parece podemos recrearnos con su culo. Culo tanta veces imaginado, soñado y deseado. Y de nuevo Rafa supera todas las expectativas y al igual que en las pistas de París, Londrés o Pekín nos vuelve a dejar con la boca abierta y la entrepierna tirante.
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